jueves, 17 de enero de 2008

NOTRE DAME


Encontre en un libro de Jacques Vallée, Autres Dimensions, este parrafo.
Puede servir de introducción a la pequeña historia que quiero contarles hoy.

“Algunas horas de libertad entre dos reuniones de negocios me permitieron visitar una de las obras de arte mas extraordinarias de todos los tiempos, la Sainte Chapelle, que se encuentra en el Palacio de justicia, cerca de Notre Dame.
Allí se alcanza a tener el mismo sentimiento que se podría tener si se pudiera viajar al interior de una caja de piedras preciosas. La capilla no contiene casi nada: algunas esculturas y paneles de madera pintada. Pero los muros son vitrales atravesados por todas las luces de Paris, creando un ambiente, una percepción totalmente extraña al resto de la experiencia humana…”

HACE TAN SOLO UNOS DIAS

Tuve una experiencia difícilmente comparable con cualquier otra.
Llegue por pura casualidad, el domingo pasado a eso de las cuatro y media de la tarde a la catedral de Notre Dame de Paris.
Recorría lentamente aquel monumento maravilloso e inquietante, lleno de misterios, que la marea de turistas, tomando fotos afanosamente, no creo que pudiera siquiera intuir.

En un determinado momento, una voz anuncio en tono calmo y casi susurrante que el habitual concierto de órgano de los domingos iba a comenzar.
Cuando las primeras y tremendas vibraciones llegaron, me quede casi paralizado.
Solo atiné a deslizarme sigilosamente hacia uno de los asientos que quedaban vacíos y allí me inmovilicé totalmente.

El organista ejecutaba una pieza de Bach.
En ese fantástico ambiente, sumergido por la monumentalidad del sonido y de la arquitectura, sentí claramente que rozaba otra dimensión, otro estado de conciencia, otro mundo.
La luz ambiente, ya tenue, se fue desvaneciendo aun más, hasta hacerse casi nula. Una penumbra con reflejos dorados era el espacio en el que había entrado. Las vibraciones fantásticamente potentes del órgano me dieron la sensación de que perdía contacto con el suelo. Ya no estaba allí sentado.
Estaba flotando en un mundo imposible, pero sin perder la conciencia, totalmente despierto y sin embargo lejos, muy lejos.

La altura enorme de los arcos de la catedral se perdió en medio de una especie de bruma.
Las voces desaparecieron.
Los conflictos de todos los días también. Solo estaba el sonido, la profundidad, el sentimiento de que sin quererlo una lagrima se deslizaba. Allí, quizás, en ese mundo casi irreal pero poderosamente presente, estaban todos. Los que son y los que fueron.

Así me quede hasta que alguien vino. Con su presencia y su exigencia, la magia se rompió.
Tuve que salir, me esperaban afuera.

No hay comentarios: