lunes, 10 de diciembre de 2007

SEPTIEMBRE DEL '55






Estos son los recuerdos intocados de un niño de siete años. Preferí dejarlos así, tal como quedaron gravados en mí. Evidentemente, existen imprecisiones cronológicas. Pero no tiene ninguna importancia. Para las certezas están los historiadores. Al menos eso creo.


A media mañana, nos formaron en el patio. Nos pidieron que no nos entretuviéramos en el camino, y nos hicieron salir en orden.
La escuela quedaba exactamente detrás de mi casa, pero en la otra manzana. Así que tenia que caminar más o menos trescientos metros antes de llegar. Las veredas eran de ladrillo, la mayoría de las calles eran de barro. Era un barrio humilde, el límite de las aguas, donde se mezclaban desordenadamente gente de la clase media pobre con pobres sin más. Saliendo a la vereda, hacia la izquierda se subía hacia la estación de trenes, y hacia las casas más elegantes. Hacia la derecha se bajaba hacia el limite con los grandes descampados, donde se desparramaban los caseríos pobres de verdad, el mas notorio de ellos, el "Barrio del Gaucho".


Algo grave sucedía. Se notaba en la tensión de las maestras, sus movimientos agitados, sus ganas de irse rápido. La excitación pronto se extendió entre los alumnos, y todos salimos corriendo cada uno hacia su casa. Cuando estaba a mitad de camino, un rugido impresionante me hizo levantar la vista. El cielo, ya de por si gris en aquella mañana de septiembre, se volvió sombrío...
En perfecta formación, lenta, pesadamente, escuadrillas enteras de Lancasters, y Avro Lincoln, volaban como monstruosas aves .El ruido era ensordecedor. Los aviones eran negros.
Eran los mismos, exactamente, que solo algunos años antes habían descargado miles y miles de toneladas de bombas sobre Alemania. Ahora iban en perfecto orden a descargar unas cuantas en Plaza de Mayo, para echar a Perón. Y de paso masacrar algunos obreros y estudiantes, que armados de palos habían ido a defender a su líder.


Cuando llegue a casa, con entusiasmo quería contar el extraordinario espectáculo que acababa de ver. Encontré a mi madre, a la que ahora recuerdo delgada y muy joven, acurrucada contra el mueble sobre el que estaba la radio. Oía las noticias, que venían del otro lado del río, desde Uruguay. Radio Colonia había tomado partido decididamente por los golpistas. El pánico le hacia estrujar un pañuelito. Mi padre trabajaba en un ministerio que estaba justo frente a la Plaza de Mayo. Se decía que estaban bombardeando.


En aquellas épocas, la gente como nosotros ni soñaba con el teléfono, el auto o ese tipo de cosas que hoy son tan comunes. Por lo tanto el grado de incomunicación era muy grande. No existía siquiera, al menos para nosotros, la televisión. Todo lo máximo a lo que podíamos esperar era escuchar algo en la radio.


Las horas pasaron. Las lágrimas de mi vieja siguieron rodando suavemente. Lloraba en silencio. Ya era tarde cuando lo vi aparecer a mi viejo, que venia muy serio por el pasillo que conducía a la casa, que estaba muy al fondo del gigantesco terreno. Ella corrió a recibirlo y se abrazaron con angustia y alegría.


Una de las cosas más importantes del siglo veinte, al menos para Argentina, había sucedido en esas horas. Perón había sido derrocado, por un grupo de militares sostenidos por el imperio, y que respondían también a los intereses de los oligarcas autóctonos. Era la "Revolución Libertadora".La libertadora, a secas, como se la llamaría mas tarde.


Los únicos que se sintieron liberados fueron vastos sectores de la clase media que ya no soportaban el populismo peronista. Y los poderosos, que iban a tener toda la libertad, justamente, de imponer un nuevo modelo económico al país, que era lo que ya estaba avanzando inexorablemente en el mundo. Cuando el "Plan Marshall" estuvo instalado y funcionando en Europa, el monstruo dirigió su mirada hacia nosotros, entre otros.


Perón ya no les servia, y su política populista, apoyada en una clase obrera altamente organizada, sindicalizada, combativa y con demasiados beneficios sociales, desde el punto de vista del imperio, era una verdadera molestia. Así que había que terminar con aquello. La campaña comenzó en los primeros momentos de la década del cincuenta. Ya para mil novecientos cincuenta y cinco, las cosas estaban bien maduras.
Hubo un ensayo general golpista en junio. Y la obra se consumo en septiembre.
Mientras Perón se exilaba, los trabajadores sintieron que un mundo acababa de morir. Aunque lucharían denodadamente durante décadas para volver a ese paraíso perdido, ya nunca más seria posible. Y allí comenzó el mito.


Mis padres, después del susto, mostraban su alegría. Que era la alegría de una clase media que se sentía muy por encima de los trabajadores, peronistas casi todos ellos, y "cabecitas negras”.
Una muchacha venia ciertos días a la semana a ayudar a mi vieja en las tareas de la casa. Aquella mañana, luego de la huida de Perón, estaba en el patio trasero. Sentada sobre un banquito, lloraba.
Mi madre se reía de ella. Mi reacción no se hizo esperar. Estrenando mi carácter, yo no se por que impulso superior a mi entendimiento, por intuición, no lo se. Me puse del lado de la sirvientita. Y me enfrente a mi madre. La increpe duramente por reírse de su dolor. Le dije que no entendía nada de lo que a ella le pasaba. Mi madre conmovida fue a intentar consolarla, con sus argumentos de que ahora todo iba a ser mejor, y que íbamos a ser libres....la contestación que recibió fue precisa y contundente:"_hay señora, es que usted no sabe, usted no puede saber. Que va a ser de nosotros ahora......."


Al otro día, a pesar de que continuaba la conmoción, mi madre me mando igual a la escuela. Los demás niños no iban, sus padres eran casi todos peronistas. Me coloco una inmensa escarapela en la solapa del guardapolvo, y me despidió. Cuando entre en la escuela, fue el revuelo general. Las maestras venían a besarme y abrazarme. Al grito de "Haaaay mírenlo, que diviiino!".
Así es como me estrene de gorila, sin saberlo. Me duraría unos cuantos años. Aunque curiosamente nunca deje de solidarizarme con los pobres, que eran peronistas. En fin, contradicciones que se iban a empezar a resolver en mi adolescencia.
Pero todavía faltaba mucho para ello.


Por la tarde de ese mismo día, mis padres se emperifollaron para salir al centro, y partimos. Antes de salir de casa, mi vieja arranco un ramo de flores del árbol que estaba justo junto a la puerta de entrada. Alelíes, creo que llaman a esa flor. Con una sonrisa brillante dijo que era para regalarle a los "soldaditos" que habían tenido tan heroica jornada el día anterior.
Llegamos a la Plaza de Mayo. Una masa inmensa de gente. Yo no veía nada. Por los altavoces daban vivas a los maravillosos marinos que nos habían devuelto la libertad. Y también a aquellos buenos uruguayos que tanto habían colaborado para el derrocamiento del dictador.
Perón ya era un innombrable. De allí en mas se lo llamaría "el tirano depuesto".
Un hombre me levanto en vilo y me puso sobre sus hombros. Me dijo "mira, pibe, de esto no te vas a olvidar nunca en tu vida...".Efectivamente.


Ya nunca más olvidaría ese espectáculo. La plaza cubierta de gente. Las banderas argentinas y uruguayas. Y las ventanas de la casa de gobierno apuntaladas con enormes vigas por peligro de derrumbe, gracias a las bombas "libertadoras".
Luego caminamos toda la tarde por la ciudad. La gente festejaba cada cual a su manera.
Los estudiantes comunistas parodiaban una frase de Perón que había dicho que las fuerzas leales estaban barriendo Córdoba, reduciendo a los golpistas. Entonces, chicas que para mí eran señoritas, se paseaban por la avenida del mismo nombre meneándose con gracia, cada una con una escoba en las manos, barriendo la calle.


Mi mamá entrego las flores preciosamente guardadas para ese momento, a un soldado que tenia un brazo vendado y que sentado sobre un tanque de guerra respondía sonriente a las aclamaciones de las mujeres.
Sobre la avenida Corrientes, en la esquina con San Martín, una casa presentaba un boquete de proporciones. Las cenizas cubrían el empedrado. Tapaban las vías del tranvía.
Y en la esquina un Jeep completamente incendiado.
Se decía que había sido una granada.
Y que allí arriba ,en esa esquina, habían resistido los de la "Alianza Libertadora Nacionalista",unos fascistas dirigidos por un tal Patricio Kelly, que luego, muchos años después seria conocido por presentarse en televisión con criticas antiimperialistas y otras incongruencias por el estilo.
Ya grande, es decir, con veinte años al menos, vi en una revista de historia, una foto de aquella esquina, del Jeep, de la casa bombardeada por los tanques.
La anécdota histórica es que los fachos fueron rodeados por efectivos de la infantería de marina y conminados a entregarse. Pidieron negociar con algún oficial. Cuando dos marinos subieron hasta donde ellos se encontraban, fueron ametrallados y arrojados por la ventana. Entonces el oficial al mando hizo colocar un tanque justo enfrente, y los bombardeo concienzudamente. Kelly se salvo huyendo por los techos.
Cuando vi esas fotos, y tuve conciencia de haber estado parado junto a ese vehículo destruido, y de haberlo tocado, sentí que estaba dentro de la historia.


La dolorosa y vivificante historia de la segunda mitad del siglo.
Por la noche, cansados pero contentos, fuimos a Constitución a tomar el tren hacia Burzaco. Corrían rumores de contragolpe. Un poco asustados mis padres me subieron al tren.
Al llegar a Avellaneda, el tren se quedo detenido más de la cuenta. Por las ventanillas se veía, en la plaza frente a la estación, tanques de guerra detenidos.
Se apagaron las luces. Un guarda, agachado pasó diciendo que los peronistas estaban ametrallando los trenes. Que había que tirarse cuerpo a tierra.
El vestido blanco de mi vieja corría grave peligro. Pero igual nos acurrucamos lo mas cerca del suelo que pudimos.
Pasaron los minutos, y nada sucedía. Luego el tren arranco y todos los pasajeros seguían en la misma situación. Hasta que de pronto la carcajada general estallo. Estábamos haciendo el ridículo. Mejor dicho, estaban, los adultos. Yo solo era un niño.
Era verdad. No había ametrallamientos.
Pero si había una clase media que en el término de un día podía pasar varias veces de la euforia triunfalista al pánico profundo. Y además sin entender, realmente, que era lo que se estaba jugando.

Ridículo, esa era la palabra.

Héctor Boetto







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