lunes, 10 de diciembre de 2007

AQUELLA PRIMAVERA, EN OTOÑO…



Oro y Santa Fe. Justo en la esquina, la sede del FREJULI. Frente Justicialista de Liberación.
Once de marzo de 1973.

Montado sobre un camión de canal siete de televisión, tomo fotos de Camporita que sale al balcón a saludar a los miles de jóvenes que se concentraron para festejar el triunfo electoral. A mi lado, Piero, Marilina Ros.
Todos gritan. Alegría desbordante.

La dictadura comenzada en 1966, con Ongania a la cabeza, se termina con un general Lanusse que tendrá que admitir por televisión que fue derrotado."Hombres y Mujeres de mi Patria, ¿porque son todos peronistas?", le tomaba el pelo la revista Satiricón, una de esas genialidades de la época, desaparecida unos años después.

En efecto, no era que todos fueran peronistas, pero una buena parte de la juventud votó, por primera vez en su vida, por ese proyecto, en apariencia de liberación nacional, que levantaba en ese momento el peronismo. Volverían a votar unos meses después para confirmar al peronismo, esta vez con el jefe a la cabeza, y a su lado, Isabelita. Y después de eso, ya nadie votaría por muchos, demasiados años....

Esa noche, salí a caminar por Buenos Aires, en estado de movilización popular, acompañado de Mara, una brasileña periodista que acababa de conocer.
Me la envió Marilia, una amiga amante, también de esa nacionalidad. Me pidió que le mostrara la ciudad en ese momento tan especial.
Vino al estudio de fotografía donde trabajaba, en la calle Esmeralda. A no tantos metros del lugar donde a mis siete años me había aproximado a aquel Jeep destruido por las furias golpistas de la "libertadora".
Simpatizamos rápidamente, y después de comer algo y charlar un poco de nuestras respectivas vidas, nos largamos a la calle.

Ya sobre Santa Fe ella no podía más de caminar. Le dolían los pies. No estaba calzada para las circunstancias. Se sentó en la calle, con esa naturalidad que por aquellos años solo mostraban los brasileños.

En medio de la gente gritando consignas y que se dirigía hacia Pacifico, un hombre con un niño en brazos le pregunto si le pasaba algo. Ella le contó su drama. Y que era periodista, eso lo agregue yo.
Entonces, sin la mas mínima duda dijo: _Ah, periodista brasileña, es necesario que vea esto, y que lo cuente en su país! Yo vivo aquí cerquita .Esperáme aquí, en seguida vuelvo. ¿Cuanto calzás?...
Diez minutos después estaba junto a nosotros._Toma, son de mi mujer, a vos te van a ir.

Le dio unas zapatillas casi nuevas. Y cuando le agradecimos dijo simplemente que no era nada, que entrábamos en una nueva era, que contara lo que viera.

Y seguimos nuestro camino hacia la concentración.
Allí, entre grupos compactos de jóvenes que gritaban consignas con furia, nos detuvimos. Subí al camión. Tome fotos.

De nuevo en tierra me quede junto a ella.
La consigna mas gritada era: “ Lanusse, Lanusse, Lanusse gorilón, el pueblo te saluda, la puta que te parió...".
Pero la impresión poderosa en ella llego en el momento en que la masa coreaba, sin desfallecer, esta otra: "Se siente, se siente, Evita esta presente....".
Ahí ya no pudo más. Otra vez se sentó en la calle, con la cabeza entre las manos…

Le pregunte si le pasaba algo. Me dijo que era algo impresionante. Que una energía extraña la sobrepasaba. Que de verdad sentía que el fantasma de Eva Perón flotaba sobre nosotros.
La fuerza desgarradora de ese clamor juvenil había llamado a esa presencia. Allí estaba el mito, tan presente que mareaba.

Todos creíamos en la revolución.
Sentíamos que estaba cerca.

Mara venía de un país donde los militares aun estaban fuertes, nueve años después de haber depuesto a Joao Goulart, un tipo mas o menos progresista, demasiado para el imperio. Y esta poderosa muestra de fuerza popular era algo que ella nunca había visto.
Pero lo que la impresionaba por sobre todas las cosas era la fuerza irresistible del mito.
Eva Perón estaba allí. Ella lo sintió. Yo no tanto, pero bueno, le concedí eso.

Luego nos fuimos, agotados y llenos de una emoción indefinible. Caminamos y caminamos por una ciudad ahora desierta.
Llegamos al departamento en pleno barrio norte que alguien le había prestado.
Esa noche, celebramos tantas emociones con cierta fruición.
Fue la única vez, pero nos quedo grabado a los dos.

El mundo era de pronto otro. Ahora todo era posible. Los grandes cambios estaban en marcha.
El amor, aunque fugaz, era quizás la única manera que teníamos de festejarlo.

Héctor Boetto

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