miércoles, 12 de marzo de 2008

EL CABO SAN VICENTE, IV

Gracias a los dos curitas, de los que les hablé al principio de este relato, conocí a un cura más “viejo”, para mí al menos, que en ese momento andaba por los veinticuatro años.
Era un español de unos cuarenta y tantos, cura tercermundista, que volvía a su país.

Había estado muchos años en Argentina, en Mendoza, creo.
Era conversador y simpático, lleno de anécdotas y con ideas muy claras.

Recuerdo la vez que nos hizo pasar a su camarote. Me sorprendió la cantidad de libros que había por todas partes.
Muchos de marxismo, y sobre todo del Ché.
A partir de ese momento ya lo escuchaba con otros oídos.
Cuando se ponía serio, hablaba del franquismo y de los desastres de aquella vieja España.

Un día nos advirtió de que no habláramos de política con cualquiera a bordo, pues había varios agentes de civil que lo escuchaban todo. Y así diciendo nos señalo a un tipo bastante patibulario que nos observaba desde una mesa cercana.

Pero cuando bromeaba, que era la mayor parte del tiempo, tenía salidas francamente graciosas.
Como cuando se enteró de que los curitas novatos iban a terminar su formación en un seminario de Alicante.

Entre grandes risas les pregunto a los cordobeses: _ ¿cuanto creen que van a seguir con los hábitos cuando comiencen a ver a las suecas tomando sol desnudas en las playas de la ciudad a donde van?

Y mientras los otros se ruborizaban mirándose la punta de los zapatos concluyó en medio de una gran carcajada: _un mes…no más de un mes…
Y fue en esos momentos en que apostilló: _es notable la diferencia en el uso de las palabras que tenemos con ustedes, los argentinos. Pues en España es al revés que en tu país…en el mío, de coger todo lo que quieras, pero de joder, nada…

Cuando estábamos por desembarcar en Tenerife, que era puerto libre, me señaló a un pasajero, muy atildado, siempre con suaves modales y gafas de oro.
_Fíjate bien en ese tío. Es cura. Pero de los que llevan sotana. Ahora lo ves así, ya verás que cuando lleguemos a Barcelona se la pone…
_ ¿Y sabes porqué?...pues porque seguro que comprará de todo en Tenerife. Y para no pagar los impuestos que las aduanas le querrán cobrar, se viste de cura.
Y cuando lo vean ensotanado, los agentes le harán reverencias y le dirán pase padre, pase…
Ya lo verás, ya lo verás.

Durante la larga travesía del Atlántico, tuve varias charlas con uno de los compañeros de camarote.

Era aquel hombre que había venido de Siria, y que había hecho toda su vida en el norte, en Tucumán.
Me contó su historia.
Cuando tenía catorce años había llegado a Buenos Aires, sin conocer el castellano, solo y sin dinero.

En aquellas épocas parece que había más solidaridad en las calles de la ciudad.

Alguien lo vio desamparado, sentado en un banco de alguna plaza, se acercó a hablarle y cuando supo de su situación, lo ayudó con dinero y le consiguió un primer pequeño trabajo.
Luego emigró al norte.

Allí encontró paisanos, trabajo, prosperó, se casó y tuvo hijos.
El mayor, me contaba orgulloso, era técnico en radio y televisión.

Me mostró la enorme radio a transistores que le había fabricado.

Una tarde, ya cerca de las Islas del Cabo Verde, lo encontré mientras caminaba por cubierta.
Estaba sentado, abrazado a su radio.

La música árabe sonaba en ella, ahora tan cercana que le hacia sentir que estaba por fin de regreso a su mundo perdido, el de la infancia, el de los padres y hermanos de los que nunca más había tenido noticias.

Y mientras acariciaba el receptor, le caían unas enormes y brillantes lágrimas por las mejillas. Su mirada se perdía en el horizonte, desde donde quizás venían esos sonidos, para el tan queridos y para mi tan nuevos.

Esa imagen nunca la olvidé, sobre todo porque vi lágrimas parecidas varios años después, en lo más negro del exilio, en algunos compañeros. Yo tenía la vista algo nublada por las mías, mientras escuchábamos una tarde cierta canción de Eládia Blázquez, que hablaba de su corazón mirando al sur.

Y así pasaron los días, los puertos y las tempestades, como la que nos sacudió de forma temible entre Lisboa y Vigo, las anécdotas graciosas y de las otras.

Finalmente, llego la hora de la despedida.

Ya en el muelle, junto a la pasarela, nos dijimos adiós. Yo me quede con mis amigos seminaristas, pues íbamos a tomar el mismo tren en la Estación de Francia.

Ellos bajarían ya no recuerdo donde, para dirigirse a Alicante. Yo continuaría hasta Madrid.

El cura viejo nos retuvo un momento, diciendo: _esperad, esperad, que quiero que veáis esto.

Y momentos después, cargado con un televisor y algunas otras cosas, bajó orondo el cura de la sotana, haciendo gestos con la cabeza a derecha e izquierda, mientras los policías se abrían para dejarlo pasar.

Se la había puesto para bajar sin problemas, tal como había pronosticado nuestro amigo.

Con la sonrisa enorme y los ojos chispeantes, el tercermundista y practicante de la Teología de la Liberación nos repetía:_Que os había dicho…
_Allí lo tenéis.
_Son todos iguales…


EPÍLOGO

Durante ese día recorrimos Barcelona. Vimos por primera vez la Pedrera, la Sagrada Familia, a Copito de Nieve y la reproducción exacta de la Santa Maria de Colón, que por aquella época todavía estaba fondeada en el antiguo puerto.

Comimos algo en el Born y por la tarde trepamos al tren.

Cuando finalmente llegué a Chamartín, la estación Terminal en Madrid, Ricardo me esperaba en el andén.
Nos fuimos a tomar un café en la misma estación y nos contamos muchos detalles de las experiencias de ese último año.

Y cuando casi todo estaba dicho, tomó el diario que tenía sobre las rodillas y tan sarcástico como siempre, me dijo:_Tomá. Para que empieces a buscar laburo.

Porque en esos veintiún días que duró el viaje, algunas cosas habían cambiado.
Lo habían echado del estudio donde trabajaba, eso significaba que por ese lado ya no había posibilidades para mí.

Así que con el poquísimo dinero que llevaba y toda la incertidumbre del mundo, comenzó mi primera experiencia europea.

2 comentarios:

Elisabet Cincotta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Elisabet Cincotta dijo...

Una vida rica en experiencias, te leo y se acaba el relato en lo mejor. Espero el siguiente.
Elisabet