domingo, 2 de marzo de 2008

EL CABO SAN VICENTE III

Había, entre los pasajeros que poblaron el barco durante este viaje tan memorable para mi, varios personajes realmente pintorescos.

Cuando habían transcurrido algunos días de travesía y estábamos entre Río de Janeiro y Bahía, me llegó el comentario de mis amigos sobre una bien curiosa pareja.
Entonces me dediqué a observarlos, para confirmar o desmentir los rumores.

No tenían ningún reparo en hacer público su objetivo principal en este viaje a España.
Ni más ni menos que hacerse amigos e infiltrarse entre la aristocracia o mejor aun, la nobleza española, para seducirlos y vivirlos.
Por aquello de que los argentinos éramos muy vivos y cultos, y los gallegos no…

Por lo tanto, pensaban ellos, debía ser tarea fácil.

Efectivamente, los vi rodando cerca de pasajeros de primera clase, haciendo grandes muestras de simpatía y “savoir vivre”.
Rápidamente, entre los que observábamos alucinados semejante muestra de estupidez, fue creciendo la idea de dar una lección a estos pobres personajes.

La oportunidad llego cuando, ya en alta mar, nos acercábamos al cruce del Ecuador.

Tradicionalmente en esa noche se hace una fiesta, en la que se elijen el rey y la reina del mar.
Y se los bautiza tirándolos a la pileta de natación.

Así que la confabulación creció rápidamente. Los candidatos estaban elegidos de antemano.

Lo gracioso es que se la creyeron. Se tomaron muy en serio esto de ser elegidos para una coronación tan trascendental. Se confirmaban sus sospechas de que en realidad habían nacido para ser nobles.

Durante la ceremonia se comportaron como corresponde a dos nuevos integrantes de un linaje al que imaginaban acceder.
Se les otorgó, aparte de los títulos, sus nuevos nombres.

El sería El Delfín I, y ella La Alubia. No sabían, evidentemente, lo que significa esta última palabra en España, así que no se ofendieron para nada.

Luego fueron llevados en andas alrededor de la pileta, antes de ser “bautizados”.

Diez o doce días mas tarde, ya no recuerdo bien, bajaron en el puerto de Algeciras.
No supimos más nada de ellos.

Varios meses después, me encontraba en Torremolinos, luego de haber vivido un tiempo en Madrid.
Había ido a visitar a unos argentinos que trabajaban como artesanos y que tenían negocio en la costa.

Al atardecer, mientras uno de ellos teñía cuero sobre una tabla montada en caballetes, en la playa, cerca de la calle del Rollo, conversábamos de diferentes cosas.
De pronto alguien preguntó:
¿Che, no saben nada de la Alubia?

Cuando oí ese nombre me sobresalté.
Dije: “yo conocí a una mina a la que le habían puesto de nombre la Alubia. Y conté la historia completa.

Todos rieron con ganas. Me dijeron que se trataba de la misma.
¿Y ahora que hace?_ pregunté_ ¿está en contacto con las altas esferas de la nobleza española?

Más risas.

Con el Delfín hacía rato que se habían separado.
Ella transportaba hachís desde Marruecos a España, para unos mafiosos moros.
Y el trabajaba como mozo en un hotel de la costa.

Después de reírse bastante de toda esta asombrosa historia, se dedicaron a hacer apuestas sobre en cuanto tiempo caería presa.

El que teñía cuero grito: ¡Ojalá que no antes de que me devuelva toda la guita que le tuve que ir prestando para que pudiera comer, hace unos meses…!


Y aquí termina la historia de los Reyes del Mar.

En cierto modo, hay algunas bases reales para entender porqué muchos españoles miraban con desconfianza a los argentinos.

Menos mal que Alubias y Delfines hay pocos. La nobleza, ya se sabe, es muy selecta.

1 comentario:

Elisabet Cincotta dijo...

Seguir el itinerario de tu vida desde aquí, desde las fotos y tus trabajos es aprender a conocerte.
Abrazos
Elisabet